En
la actualidad las escuelas se encuentran fuertemente cuestionadas, situación
paradójica ante tantos avances científicos y sociales, así como la vertiginosa
velocidad de las informaciones, los videos juegos, entre otros que irónicamente
no le dan vigencia a la escuela. Sin embargo, es necesario plantearnos ideas y
retos al mismo tiempo en que sabemos que la escuela no puede ir a la misma
velocidad de las necesidades sociales. Entonces, cabe preguntarnos ¿es posible
recuperar el sentido de la escuela?
Como
actores corresponsables de la práctica pedagógica, debemos comenzar haciendo un
análisis profundo sobre lo que ocurre dentro de las aulas escolares, porque la
escuela ya no conserva el monopolio de la formación para la ciudadanía; no
obstante, mediante modelos de gestión democráticos, con altas posibilidades de
participación en todos los subsistemas de la enseñanza puede renovarse el
protagonismo activo de la misma en todas las esferas de la vida social, siempre
y cuando se reconozca la existencia de la diversidad, la necesidad de crear
oportunidades equitativas para todos, sin anular las diferencias individuales y
mucho menos las necesidades particulares.
Como lo expresa
Tomlinson (2006; 39), citado por Anijovich y Mora (2010)
… Dado que
suceden muchas cosas diferentes, ninguna tarea define lo que es ‘normal’ y
ninguna ’se diferencia’. El docente piensa y planifica en función de múltiples
caminos hacia el aprendizaje para diversas necesidades y no en términos de lo
normal y lo diferente (p.101)
Luego
de reconocer un poco la realidad que se vive en las aulas de clase, es
necesario también abordar la diversidad más allá de las diferencias sociales,
culturales y de género; verla desde lo que emerge en la misma escuela, cuando
la información, las estrategias y el conocimiento no se ofrece a todos por
igual, en tanto que no se parte de conocer las necesidades e intereses de los
alumnos. Es ahí donde está la diversidad ignorada por muchos docentes. Tal vez si anteponemos nuestra condición de
ciudadanos a la de docentes nos será más fácil comprender y desarrollar la
práctica pedagógica, desde posiciones comprometidas con un modelo de escuela y
sociedad donde la diversidad adquiere pleno sentido y significado.
¿Un
Aula Heterogénea? Tal vez siempre las hemos tenido, pero nadie las había
evidenciado: alumnos diferentes desde múltiples perspectivas, alumnos que
aprenden de diferentes maneras, donde cada uno asume y construye su
conocimiento en función de la información previa que posee, es decir, cada cual
tiene un modo de apropiarse del conocimiento. Entonces, reconocer las
diferencias, en definitiva, es la mejor forma de incluir a todos y de intentar
que nadie se quede afuera como lo afirman Anijovich y Mora (2010).
Según
las autoras citadas anteriormente, surge un nuevo paradigma pedagógico que
posibilita la aceptación a la diversidad e integración de los individuos a la
sociedad, es la del “Aula Heterogénea” el cual definen como el núcleo básico de
de la organización de la escuela donde se producirán todos los procesos de
aprendizaje de los alumnos. En estas aulas a la hora de abordar la enseñanza,
además de considerar las inteligencias y los logros de los alumnos, es
necesario conocer el origen, étnia, cultura, lengua, situación socioeconómica,
características personales, estilos de aprendizaje, inteligencias,
inclinaciones, habilidades, necesidades, deseos, capacidades, dificultades,
entre otros.
En
un espacio como el descrito, es decir, lo que es el aula heterogénea, el
ambiente será de convivencia democrática y de respeto, donde se favorece el desarrollo de la
autonomía en el estudiante desde las propuestas de enseñanza, siempre que se
mantengan éstas en el tiempo y a lo largo de toda la escolaridad.
Anijovich y Mora
(2010), sugieren algunos modos de promover el desarrollo de la autonomía, es
decir, lograr estudiantes autónomos:
Ofrecer
a los alumnos alternativas para que puedan elegir y justificar sus elecciones
en las tareas que se le proponen; enseñar a trabajar de manera cooperativa,
incluir la autoevaluación, promover interrogantes metacognitivas, recorrer
junto a los alumnos tanto las metas de aprendizaje como el sentido de las
tareas que les proponemos; consensuar el encuadre de trabajo; enseñar hábitos
de estudio y de trabajo y proponer consignas de trabajo adecuadas.
Haciendo una síntesis de lo explicado por las
autoras sobre las maneras para promover
el desarrollo de la autonomía, todo debe iniciarse con la enseñanza del trabajo
cooperativo a partir de la organización de equipos de trabajo, lo que
representará constantemente en el logro de una construcción del conocimiento,
sin olvidar la descripción de detalles para llegar a esos resultados. Por otra
parte, es necesario la oportuna elección del material, estrategia y recurso
tecnológico para el desarrollo y presentación de temas en clase o como
actividades de trabajo.
En cuanto a la diversidad de formas para
presentar las informaciones, la expresión propia de una disciplina debe ser
orientada de manera permanente, de esta forma se abren las posibilidades de
comunicación a partir del uso del lenguaje verbal, gestual, y simbólico. Por
ultimo, los recursos posibles y los disponibles, los productos finales
esperados, deben ser ordenados según los criterios establecidos por el equipo
bajo las indicaciones e instrucciones dadas por el docente, a fin de que los
alumnos manejen con claridad los procesos de autoevaluación, coevaluación y
heteroevaluación que se deben realizar cada vez que se aprende y valora en el
aula de clase.
Para
finalizar, puedo afirmar con propiedad que un docente que responsablemente se
prepare para enfrentar a sus estudiantes, puede tener éxito en la formación de
éstos, en tanto que combine oportuna y creativamente las estrategias y
recursos, con las mejores decisiones al planificar y compartir el trabajo
cooperativo con la intención de crecer siempre en colectivo, a propósito de la
diferenciación tan marcada entre grupos y equipos de trabajo. De ahí que sea
necesario formar equipos inteligentes de trabajo.
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